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Lolín es pintora. Pinta a la acuarela, aunque antes pasó por el óleo, el acrílico y las ceras. Dice que lo que más le atrae de esta disciplina es la magia que se crea porque siempre es una sorpresa contemplar el resultado. El punto negativo, la tensión de no poder equivocarse, de tener que pensar como tortuga y pintar como liebre.
Hasta hace no mucho compaginaba la pintura con su trabajo de comerciante, intercalando las clases y cursillos de pintura, con exposiciones y mercadillos. Quería aprender lo máximo posible del arte de la acuarela, así que al cumplir los cincuenta empezó a asistir regularmente a clases de pintura en Zaragoza, a veces dos días por semana. También hizo cursillos de verano en la Fundación Ana Aragüés, en el Frago (Zaragoza). Ahora que está prejubilada, confiesa que tiene la actividad un tanto parada, que está muy volcada en el estudio de la obra de Georgia O ‘Keeffe. Una de las máximas representantes del modernismo estadounidense.
Lolín no se siente condicionada como mujer y creadora del medio rural. Dice que abandonar el circuito artístico zaragozano le sirvió para seguir su propio camino y forjar un estilo propio, sin influencias. Además, las redes sociales (Instagram) le sirven para dar a conocer su obra y promocionar sus exposiciones. Cree que el pueblo le aporta la tranquilidad y el tiempo que requiere cualquier trabajo creativo, aunque no pierde de vista que a la hora de formarse, de asistir a cursos y exponer, los desplazamientos se vuelven forzosamente obligatorios.